lunes, 27 de octubre de 2014

Halloween. Tu Maléfica interior


Angelina Jolie, maléfica y embrujada



   El romanticismo entroncado en lo misterioso nos ha excitado a las mujeres desde siempre, incluso en aquellos tiempos antiguos en donde las desprevenidas damiselas se encontraban de pronto excitadas, en medio de pulsiones indescifrables provocadas por la lectura de las novelas que insinuaban placeres y situaciones que  aumentaban el tabú de lo prohibido y condenado. Y qué va si en lugar de señorita eras varón pero con húmedos sueños de transformarte en muñeca porque no es nada nuevo soñarse con el vestido y la lencería de la hermana o la prima mientras un gran macho de cara desconocida o enmascarada te hace puta en una noche en la que el viento vuela en las cortinas del dormitorio y los perros del barrio parecen transformarse en lobos aullándole a la luna llena.

   Halloween siempre fue el expiar los espíritus malignos del deseo amatorio. Más tarde llegarían los psicólogos a explicarnos aquello de la histeria y del útero vacío y después las pantallas de cine con las historias de las malvadas de Disney; desde la ancestral tentación de la manzana ofrecida a la inocente y adolescente Blancanieves hasta el fetichista zapatito de cristal que te lleva sin escalas de esclava cenicienta a princesa redimida y triunfante. Hay acaso una experiencia más sissy que la historia de Caperucita? La niña inocente vestida de rojo con los zoquetitos blancos y la canasta, eligiendo la tentación del camino corto por el bosque en donde espera el lobo. Cómo se hace para no sonreír imaginándola como un anticipo lujurioso de tantas nenas trans que hoy se ponen por primera vez los tacos altos y caen en la sensual tentación del camino corto, de la pecaminosa vida fácil.

   Erase una vez una endiablada francesa, Gabrielle-Susanne Bardot de Villeneuve, quien en 1740 excitaba la imaginación de las damas de la alta sociedad parisina con la historia de su descontrolada Bestia rugiente en un castillo demoníaco y una inocente Bella que aceptaba el desafío de avanzar hacia la tentación de donde ya no hay retorno. Y fueron los hermanos Grimm en 1812 en los Cuentos de la Infancia y el Hogar, quienes dieron forma a la villana exquisita, la malvada de las malvadas, con su capa negra y su poder maldito que tanto nos excitó hasta que finalmente la industria Disney comprende que nada puede detener a ese sex appeal de siglos y nos regala a una Angelina - Maléfica bicorne, alada y poderosa, torturando a un pobre tonto que se cree rey pero que no es otra cosa que esclavo de sus temores y que intenta en vano demorar el destino del Fem - power que cae sobre él, vengativo e irremediable.

   Para qué seguir buscando una explicación a nuestras pulsiones si desde hace generaciones que vivimos tentados por las brujas, las villanas, las malvadas y sus poderes? Que mejor entonces que aprovechar la fecha para ponerte la capa de cuero o vinilo, travestir a tu Caperucita, atar el lobo a tu cama, ponerte los guantes largos de Bella para bailar el vals con tu Bestia rendida ante el poder de tu seducción o subirte a los tacones, esta vez no de cristal pero sí de acrílico, los tacones que tienen el poder mágico de elevarte de triste cenicienta sometida a deslumbrante princesa stripper. Qué mejor que regalarte a vos misma una noche mágica...una noche para gozar del poder liberador y sádico que nace de tu desatada sensualidad femenina, una noche para darle alas a tu Maléfica interior.

   Y ustedes...niñas y niños adultos.... qué monstruosa y bella bruja sacarán a pasear  en este Halloween?


Caperucita Roja por Al Rio


 

Blancanieves por Al Rio

lunes, 20 de octubre de 2014

Fetichismo: tacos altos y el culto a la femineidad.






   Uno de los placeres que más me gratifican cuando escribo para el blog es el de  establecer un ida y vuelta con lectores que me dejan sus testimonios. Hoy rescato del archivo al comentario de Miquel Andreu para mi columna Los Ornamentos de la Profana Hermandad.  Miquel nos cuenta sus inicios en el fetichismo con mucha sencillez pero a la vez con riqueza y pasión.

  Mis conocimientos sobre fetichismo son muy básicos. Desconozco la existencia de fetichismo basado en elementos de uso masculino, si exceptuamos la cultura homosexual. Ninguna mujer me ha comentado nunca un recuerdo de infancia basado en una imagen de un objeto masculino… Será la mente del hombre la que necesita esos agarres para crear una fantasía y con ella  un mundo interior?

   Lo reconozco de antemano, mi respuesta es clásicamente sexista. Los hombres y algunas mujeres nos sentimos muy atraídos por la belleza femenina. No existe por parte de las mujeres (o existe pero muy atenuado), un sentimiento complementario hacia los hombres. El fetiche no es otra cosa que el elemento que profundiza esa belleza y le otorga un poder de atracción irresistible. Al decir esto, afirmo que la belleza femenina existe y que no es una construcción social impuesta por los vendedores de lencería o por los fabricantes de zapatos de tacón. En todo caso, ellos sólo satisfacen demandas: la demanda de las mujeres por incrementar nuestro atractivo y la demanda de los hombres por incrementar su deseo. Nada avala mejor mi tesis que el crossdressing. Como mi sumiso marido suele decir: Las mujeres si lo desean, pueden vestirse, y de hecho lo hacen, como el mecánico o el verdulero pero nunca conocí a un varón crossdresser que al momento de vestirse de mujer elija esa clase de ropa.

   Dian Hanson, cuando trata este tema, lo hace desde un punto de vista más psicológico. En mi columna El fetiche es una cuestión de amor, posteada en noviembre del 2012, cito a Dian cuando sostiene que los fetiches suelen comenzar cuando un niño se siente atraído por algo brillante, suave o colorido (raso, seda, lentejuelas, pieles) pero que es percibido por los adultos como femenino. Entonces, es alejado de ello, a menudo con severidad. Las niñas no suelen experimentar estas experiencias de mutilación. Pero en el niño, la fijación en ese objeto puede no desaparecer sino que se expresará años después en el ámbito del fetichismo. Los fetiches se inician, de acuerdo a esta teoría, cuando un niño, ansioso y experimentando, entiende que si expresa ese deseo, rompe las reglas establecidas y corre riesgo de perder el amor de sus padres. El fetiche, según Hanson, tiene mucho que ver con la búsqueda del amor. Comprendido este punto esencial, vuelvo al testimonio de Miquel

   Mi fetichismo nace de niño, de muy niño. El recuerdo indeleble es el de una mujer de carnes prietas. Yo estaba detrás de ella, de pie. Mis ojos coincidían con la parte más volumétrica de sus posaderas. Llevaba una falda ajustada que marcaba tipo redondeado. La falda se estrechaba mientras descendía por los muslos. Llegaba justo a la altura de la rodilla, a media altura. Luego, unas medias semitransparentes negras lucían una línea que empalmaba el negro de la falda con el de unos zapatos de salón. Recuerdo aquellas formas voluptuosas de su cadera y su pierna (entonces no era capaz de entender que me sucedía mientras la miraba), la medias con la costura y el tacón alto de sus zapatos. Creo que construí mis primeros pasos en el fetichismo, a partir de aquella altura que me permitía observar caderas y piernas torneadas por una moda que enaltecía la forma femenina.

   La experiencia de la infancia que Miquel comparte es la de millones de hombres. Una visión femenina, mágica y fundacional determina su sexualidad de por vida. Un lector del foro High Heels Place cuenta lo siguiente cuando relata sus inicios en el fetichismo.

   En mi barrio también vivía una chica de unos veinte años que trabajaba como modelo. Era alta y asombrosamente bella e iba siempre elegantemente vestida. Debido a su trabajo, o por su propio gusto, solía utilizar zapatos de taco alto dondequiera que iba. Cuando la veía pasar, yo quedaba siempre extasiado pero a la vez le temía.

   Pero una vez ocurrió algo que determinó mi gusto por los tacos altos para siempre. Mis amigos y yo estábamos ocupados recogiendo fruta en el árbol cuando ella se dirigió hacia nosotros. Ese día en particular llevaba un par impresionante de botas marrones de plataforma de tacón de aguja. Al acercarse, nos dijo, en forma no muy amable  que saliéramos de la acera del parque o algo por el estilo. El grupo se separó y ella se dirigió a través de la acera pisando y aplastando bajo sus botas el mar de frutos que habíamos juntado. A partir de ese momento, me enamoré de ella, de sus tacos altos y con el tiempo, de todo lo que tenga que ver con este fetiche.

   Miquel dice medias negras, zapatos pumps de tacón alto, falda ajustada.  En cambio, para el forista  de High Heels Place son botas de plataforma taco aguja pisando frutas. Podrían haber dicho quizás algo más informal: jeans ajustados dentro de botas altas. O inclinarse por el lujo: guantes de cuero y un abrigo de visón. La raíz que subyace detrás de todas estas imágenes paganas es la misma: una mujer  universalmente considerada bella y que está vestida y arreglada de modo tal que su belleza se transluce en poder de atracción sexual. Ese niño, cuando sea adulto, buscará el amor como los demás, pero esa búsqueda tendrá la marca del fetiche. Y si se atreve y le toma el gusto, él mismo intentará transformarse en la mujer de su deseo y buscará el amor en otra mujer que comprenda y estimule ese deseo.

   Ahora, ya no tengo remedio. Mis 180 centímetros de altura no son un impedimento para escanear a una mujer y todo lo que lleva puesto. Lo visible y lo invisible. Por eso, cuando tengo la suerte de desnudar a una y conocer como se viste por dentro siempre pierdo la apuesta que hago conmigo mismo. Mi fantasía nunca coincide con la realidad. Y eso es estimulante, añade un aliciente al de por si ya excitante del descubrimiento de su cuerpo y su deliciosa vergüenza.

   Miquel, gracias una vez más por compartir tu testimonio. Mi deseo, mientras escribo estas líneas finales, es que los sumisos fetichistas encuentren el amor sobre el que tanto fantasean, que la fantasía se haga realidad y que sepan ser dignos escuderos de la dama que sabe vestir medias negras con zapatos de tacón o calzar botas marrones de plataforma porque así es como ella enaltece el poder sado y sensual de su femineidad.





lunes, 13 de octubre de 2014

Femdom en la noche de Buenos Aires. Este es mi Territorio

   Cuentan que la anécdota va de boca en boca y cuando me encuentro con mis amigas Amas en reuniones o fiestas, a veces me veo obligada a relatarla porque quieren oírla de primera fuente. Confieso que recuerdo muy poco de lo puntual, de las exactas palabras enunciadas en la ocasión. Los detalles pueden haber sido modificados aunque trataré de ser, como siempre, lo más leal posible a los hechos vividos. 

   En el año 2009, adquirí una fusta de equitación, de las que se usan para salto, en la famosa talabartería porteña Cardón. Es una preciosa y elegante herramienta flexible, esbelta, muy similar a la que luce Madonna en la coreografía inicial del Confessions Tour cuando sale a escena caracterizada como una amazona. Una fusta que no estaba destinada por su diseño a ser utilizada como objeto fetish, pero igual terminó en mis manos una tarde de lluvia, después de haberle insistido con éxito a la vendedora a desarmar un aparte de la ecuestre vidriera para complacerme. La singularidad Femdom no siempre tiene las puertas abiertas y a veces es necesario fingir y simular, como en este caso, cuando debí presentarme como una falsa pariente de un jinete o un polista para evitar demasiadas preguntas técnicas.

   Asi fue como, con la mitad del mango de la larga fusta asomando por el costado de mi attaché, llegamos con mi sumiso marido a la Casona de la calle Yatay, por entonces el templo del sado porteño. Esa noche, para la fiesta ya programada, no elegí el habitual negro fetish sino que me jugué por todos los excesos en el leopard print, desde las botas altas hasta la falda y el abrigo. Como era mi costumbre en aquellas fiestas, intenté por todas las formas posibles salir del pacato ambiente ferretero de la técnica bedesemera para encender el aire con femeninas seducciones, jugueteos lésbicos, adoraciones fetichistas y dulce sadismo. Años después de todo aquello, puedo confesar que muchas veces me faltó la imprescindible compañía femenina para coronar mis intentos. A pesar de todo, estoy segura que valió la pena.

   Las tres salas del lugar estaban cargadas de artefactos propios de técnicas sadomasoquistas; nunca me interesaron demasiado salvo una silla negra de alto respaldo claveteada con tachas plateadas que asemejaba un trono. Allí solía sentarme rodeada de sumisos espontáneos a quienes solía convocar a mis sesiones. Me gustaba jugar con ellos, humillarlos con gracia pero sin herirlos, obligarlos a lamer mi fusta y mis botas y si la ocasión lo ameritaba, compartir su sumisión con otras Amas para diversión de todas. Lo mejor de la noche se daba si encontraba a una partenaire sumisa femenina para elevarla al rango de mi princesa y así establecer jerarquías de sumisión reservando para los varones el último y más bajo lugar: el de mudos y arrodillados testigos de mi pagana devoción por los placeres de Safo.

    Las miradas curiosas desde el gran patio de la casona eran inevitables, muchos solían agolparse en la puerta, atraídos por lo que veían pero sin cruzar el umbral. Algunos se atrevían a ingresar para usar los elementos de flagelación que colgaban de las paredes. Nunca faltaba algún desubicado que mediante chistes o burlas pretendía calmar sus nervios ante la exhibición de poder femenino que evidentemente lo incomodaba. Las mujeres lo ignorábamos: sabíamos que era parte del precio a pagar por ser libres y gozar de nuestro sadismo que siempre estuvo por fuera del reglamento.

   Hablar desde afuera es una cosa: invadir la sesión es otra muy diferente. En un momento particular de aquella noche, yo era la única mujer dominante en esa sala. Estaba como siempre mi marido sumiso a un costado y dos sumisos más en actitud de adoración. Un individuo ya conocido por su deseo irrefrenable de conseguir toda la atención posible y un grupo que lo seguía como líder (tres o cuatro personas, no más) comenzaron a mi lado con una ruidosa sesión. Uno de los sumisos que estaba a mis pies, adorándome, tuvo que moverse porque lo estaban molestando con su constante ir y venir por la sala buscando vaya a saber que tipo de  palmeta o flogger que aparentemente no podían encontrar.

   Siempre me gustó relacionar a mi sexualidad  con un revivir de la diosa pagana sado y sensual, una libertina sacerdotisa del Marqués. Ese destino es el que me seduce y me inspira, lejos de la burocrática misión, tan propia del BDSM organizado, de ser la propietaria de un territorio con súbditos bajo mi voluntad; un territorio que forzosamente debe limitar con un feudo vecino que tiene a su vez sus propios habitantes. Pero en ese momento, cuando sentí que mi espacio era invadido y mis adoradores estaban siendo molestados, me puse de pie, me arreglé la melena en forma de hacerla más vaporosa, leónica y salvaje, tomé aire, empuñé mi fusta nueva cual monárquico cetro y marqué en toda su longitud un semicírculo en el aire a mi alrededor, sentenciando en voz alta. Este es Mi Territorio. Lo que yo haga y hagan mis esclavos lo decido yo y nadie puede entrar ni hablar sin mi permiso.  

   Me obedecieron de mala gana, murmuraron un rato y finalmente, se retiraron. Hubo testigos y mi actitud fue criticada durante varios días en una página de Internet dedicada al BDSM en la que yo participaba. El comentario general fue que yo había actuado creyéndome la dueña de la sala. Tenían razón. Fue Mi primer desafío….y no sería el último.



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