domingo, 14 de diciembre de 2014

La poderosa y los apoderados



 

    

   No hay dominación y sumisión sádica si solamente hay consensos de por medio. La proclamación del sensato, seguro y consensuado resulta útil para demostrarles a los de ahí afuera que de este lado de la barra no somos secuestradoras ni esclavistas del siglo XVI. Pero a Mí no me importa demasiado lo que otros piensen y a los que desean esclavizarse a mis pies tampoco les interesa demostrar nada. El consenso previo nos corta las alas y ni yo podría volar ni ellos podrían volar conmigo. Una vez que mi poder se ha puesto en marcha sobre mi víctima elegida y ella manifiesta con palabras o actitudes su excitación, mando yo. Así es la esencia de Mi juego.

   Desde el momento que por algún motivo se estableciera un consenso, podría estar gozando del sexo pero no sería sadismo. Se desvanecería en el aire esa mezcla deliciosa y tan femenina de capricho y autoritarismo que es el sello en el puente levadizo que abre nuestro castillo de Dóminas. Nadie obliga al sumiso a jugar. Pero si suspende el juego o simplemente lo condiciona por la causa que sea, deja de ser sumiso. Consenso mata sumisión y, ay!.. suele pasar que si no es sumiso, casi siempre deja de interesarme.

   Los que saben de BDSM suelen hablar del EPE (erotic power exchange) como una transferencia de poder que el sumiso hace hacia el dominante, de acuerdo a sus reglas y límites. El BDSM así entendido no es más que un juego de roles. La sesión empieza con la disposición de los participantes a cumplir con los roles estipulados y termina cuando los roles desaparecen. No existe el poder neto. El círculo se cierra en el mismo punto en donde se abrió: en igualdad.

   El sadismo y el juego de roles son cosas diferentes porque los universos de placer de ambos son opuestos. El goce del esclavo está en las antípodas de un cualquier consenso con su Ama. El goza cuando la siente poderosa, cuando siente que ese poder se ejerce sobre él y a mayor poder de ella, mayor goce de él. Pero quien dispone de un poder que le es entregado bajo consensos, en realidad no tiene poder alguno. Sólo es un apoderado. De la misma forma en que hoy le entregan un poder limitado, mañana pueden quitárselo para dárselo a otro.

   Dicen todo el tiempo en todos lados: el consenso evita abusos. Yo respondo que las Dóminas que gozamos con los servicios galantes que los sumisos nos brindan y que nos negamos a ser la mano castigadora de neuróticos/as autodestructivos/as, no tenemos porqué aceptar las pautas de consenso que proponen quienes juegan duro llevando la acción hasta el borde de las lesiones o de la muerte. A Mí no me interesa estar al servicio de las fantasías masocas de nadie. No tengo ninguna necesidad de cubrir mis actos con el manto del consenso para justificar el porqué de lo que hago.

  Si la excitación que te sacude el alma sólo llega ante la idea de que una mujer seductora te someta mediante el poder de su femenino y sensual sadismo, no creo que te convenga perder tiempo intentando conciliar tu excitación con las reglas de un BDSM codificado por hombres que no son otra cosa que apoderados.







lunes, 8 de diciembre de 2014

Cosplay Jessica Rabbit



 


    Para los británicos, la femme fatale Jessica Rabbit es el personaje de dibujo animado más sexy de la historia. La coronación de la mujer de Roger Rabbit es resultado de una encuesta realizada por la marca de chocolates Cadbury en la que Jessica se llevó el 37% de los votos, dejando en segundo lugar a Betty Boop, que recibió el 21 por ciento.  Para el 28% de los encuestados, el cuerpo es el factor determinante del atractivo de una mujer, por muy dibujo animado –plano– que sea. Le siguieron, en orden de fijación, los ojos y la voz. Este último, sin duda, se combina de manera explosiva en el caso de Jessica Rabbit, que en el film de Robert Zemeckis tuvo la voz de Kathleen Turner en aquel cuerpo de curvas perfectas, aunque su nombre no figuró en los créditos oficiales.

    El film de 1988, una historia noire y policial, sorprendió por su mezcla de personajes animados que interactuaban con actores reales, como su protagonista Bob Hoskins, que interpretaba al detective Eddie Valiant, un señor que tiene que hacer serios esfuerzos para no caer en la tentación cada vez que la sinuosa Jessica se le cruza en el camino. Lo gracioso es que Jessica llevaba su sensualidad como una carga: No sabés lo duro que es ser una mujer con el aspecto que yo tengo, le decía al embelesado Valiant, que replicaba entre balbuceos: No sabés lo duro que es ser un hombre mirando a una mujer con tu aspecto. A lo que ella remataba con su frase más célebre, la que la transformó en un ícono de la historia de la animación moderna: Yo no soy mala, sólo fui dibujada así.

   Me quiero despedir del 2014 con la ganadora del concurso Cadbury. Algunas de sus célebres imágenes están en esta entrada, pero lo que hoy traigo a mi blog son doce chicas cosplay homenajeando a Jessica. La famosa cosplayer Yaya Han es el mes de julio y la imponente drag queen Cassandra Cass el de enero y junio. Si hablamos de Cadbury, que mejor que doce bombonas con las mas sensuales y deliciosas curvas?
 

Enero


Febrero

 
Marzo

 
Abril

Mayo


Junio

 
Julio

 
Agosto

Septiembre

 
Octubre


Noviembre


Diciembre

 Fuente: http://cartoonando.blogspot.com.ar/2009/03/jessica-rabbit-el-personaje-animado-mas.html

martes, 2 de diciembre de 2014

Sade. Doscientos años de su muerte

   



   Una visión particular de Mario Vargas Llosa con respecto a los doscientos años de la muerte de Sade, que se conmemoran hoy.

El divino marqués de Sade en el museo

   Donatien Alphonse François, marqués de Sade (1740-1814), ha entrado en el panteón cultural de Francia por todo lo alto. Su obra dejó de estar prohibida hace medio siglo, ha sido editada en tres volúmenes por la más prestigiosa colección literaria, la Pléiade, y ahora el Museo de Orsay le dedica una vasta exposición: Attaquer le soleil (Atacar al sol). De este modo, la frivolidad del siglo en que vivimos -la civilización del espectáculo- va a conseguir lo que no lograron gobiernos, policías y la Iglesia, que a lo largo de dos siglos lo persiguieron con encarnizamiento: acabar con la leyenda maldita que rodeaba al personaje y a sus libros y probar que ni aquél ni éstos eran tan peligrosos ni malignos como se creía. Y que, a fin de cuentas, aunque sus ideas resultaban, sin duda, bastante apocalípticas y escabrosas, como escribidor era recurrente como un disco rayado y, pasados algunos sobresaltos, generalmente aburrido.

   Para disfrutar a Sade era indispensable la nerviosa clandestinidad, procurarse esas ediciones de catacumba como las codiciables que se exhiben en el Museo de Orsay, casi siempre con pies de imprenta falsificados y que se salvaron de milagro de los secuestros e incineraciones, y sumergirse en sus páginas con la sensación de estar transgrediendo una ley y cometiendo pecado mortal. Como hoy en día Las 120 jornadas de Sodoma, Justine o los infortunios de la virtud y Juliette o las prosperidades del vicio se venden en las más respetables librerías y se pueden leer en todas las buenas bibliotecas, su atractivo es bastante menor y, como ocurre siempre con la literatura monotemática, tanta ferocidad recurre de tal modo en sus páginas que deja de serlo y se vuelve juego, irrealidad. En la inmensa obra que escribió hay, me parece, apenas una genialidad literaria: el breve Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, en el que luce un pensamiento condensado y firme, sin las retóricas blasfemias y los morosos discursos exaltando las depravaciones, la traición y los crímenes que entumecen sus otros libros, tanto los históricos como los eróticos.

   Para disfrutar a Sade era indispensable la nerviosa clandestinidad.

   La exposición del Museo de Orsay, excelente, tiene como comisaria a Annie Le Brun, gran conocedora de Sade y autora de un sutil ensayo sobre él, y muestra algo bastante obvio: que el sadismo no lo inventó el divino marqués, pues la literatura y las artes plásticas ya habían descrito la crueldad y la violencia sexual con imaginación, audacia y belleza desde los tiempos más antiguos. Pero es verdad que probablemente ningún artista, escritor ni filósofo fue tan lejos como él en la exploración de esas profundidades humanas donde deseos e instintos entremezclados producen formas indecibles del horror. Goya, naturalmente muy presente con grabados y pinturas en esta muestra, lo sintetizó de manera luminosa en la leyenda de uno de sus aguafuertes: "El sueño de la razón produce monstruos". Sade mostró en sus novelas que los deseos sexuales, exonerados de todo freno, convierten al ser humano en una máquina depredadora y carnicera y que una sociedad que los dejara desplegarse con absoluta libertad podría llegar a acabar con toda forma de vida en el planeta.

   Esa aterradora utopía la defendió de manera teórica en sus escritos literarios y filosóficos, en nombre de un individualismo sin fronteras y un ateísmo apocalíptico, pero, en la vida real, sus excesos fueron, en verdad, limitados, si se los compara con los de cualquier dictadorzuelo tercermundista, no se diga un Hitler o un Stalin. La verdad es que se pasó buena parte de su vida en cárceles y manicomios, o huyendo de sus perseguidores, y que en su prontuario delictivo no hay un solo crimen, sólo azotes a algunas prostitutas y, lo más grave, haber hecho tragar a otras unas pastillas que producían cuescos, pestilencia que, por lo visto, lo inflamaba hasta el delirio.

   Lo que es una lástima es que no escribiera su autobiografía, porque lo que sabemos de su vida, aunque no es mucho -su mejor biografía la escribió Gilbert Lely, un compañero mío de la Radiotelevisión Francesa, que, cuando no estudiaba al divino marqués, se ganaba la vida como locutor-, revela a un aventurero de polendas. Estuvo dos veces condenado a muerte y las dos se fugó de la cárcel, secuestrando, en una de ellas, de paso, a su propia cuñada, que era monja. Cuando el pueblo de París asaltó la prisión de la Bastilla, donde él estaba preso, exhortó a las masas revolucionarias, desde un balcón, para que abrieran todas las rejas en nombre de la libertad. En una de sus breves temporadas sin cautiverio, fue un activo revolucionario, pero los jacobinos lo consideraron demasiado "moderado" y lo condenaron por ello a la guillotina; lo salvó la oportuna muerte de Robespierre. Pero quizás el período más extraordinario de su vida fue su encierro en el manicomio de Charenton, donde escribió la mayor parte de sus libros y donde se dedicó a montar representaciones teatrales de su invención con los locos como actores, espectáculos que atraían, se dice, a las familias parisienses más ilustres.

   Al malvado más famoso de la literatura nunca le faltaron mujeres y, aunque fue un gordo fofo precoz, como sus horrendos personajes libidinosos, los testimonios femeninos sobre él -salvo los de su esposa legítima, Renée Pélagie de Montreuil, que lo mandó a la cárcel y al manicomio cuantas veces pudo- hablan de un hombre encantador, refinado y elegante en su trato y de una galantería irresistible con las damas. Siempre se declaró un pacifista y, el colmo de los colmos, hasta escribió un manifiesto contra la pena de muerte.

   Como todos los grandes escritores malditos, Sade despertó siempre pasiones, tanto en sus admiradores como en sus detractores. La muestra del Museo de Orsay da cuenta sobre todo de los primeros, y, entre ellos, principalmente de los surrealistas que le hicieron homenajes, algunos deslumbrantes, como el retrato imaginario de Man Ray, de 1938, o las obras inspiradas en él de Hans Bellmer. Más aún que la literatura, la pintura y el cine modernos delatan resabios sadianos, por lo menos en la selección de obras de la exposición. Entre las películas son sin duda las de Buñuel las que parecen más directamente inspiradas en las propensiones del divino marqués, sobre todo en las escenas perversas de Él, con Arturo de Córdova, que reciben al visitante en la entrada de la exposición. Quizás lo que falte en ella sea una mayor presencia de Freud, quien, no como literato ni artista, sino como psicólogo se adentró por las mismas cavernas de la intimidad humana que Sade y dio una explicación racional totalizadora a lo que el divino marqués conoció a través de la intuición, sus propios fantasmas y la imaginación, la existencia de esa violencia empozada en el fondo irracional de la persona humana, que encuentra en el sexo una vía privilegiada de expresión, algo que la civilización modera luego en formas más benignas, creativas en vez de destructivas, aunque sin erradicarla nunca del todo. Lo que significa que, como ha ocurrido y sigue ocurriendo en medio de las sociedades más avanzadas, la violencia estalla a menudo de manera incontenible, no sólo a través del deseo individual ciego, también en todas las formas colectivas posibles del fanatismo, desde el religioso hasta el político y el ideológico. Paradójicamente, el terrorismo que en nuestros días vuelve a hacer de las suyas por el globo, aunque los terroristas no lo sepan, es el mayor homenaje que rinde nuestra época al divino marqués, al que, aunque había pedido ser enterrado en una tumba laica y sin nombre, se le hicieron honras fúnebres muy católicas en el manicomio de Charenton, donde murió, apaciblemente, a sus 74 años de edad.


Mario Vargas Llosa.

http://www.lanacion.com.ar/1740810-el-divino-marques-de-sade-en-el-museo
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