lunes, 13 de octubre de 2014

Femdom en la noche de Buenos Aires. Este es mi Territorio

   Cuentan que la anécdota va de boca en boca y cuando me encuentro con mis amigas Amas en reuniones o fiestas, a veces me veo obligada a relatarla porque quieren oírla de primera fuente. Confieso que recuerdo muy poco de lo puntual, de las exactas palabras enunciadas en la ocasión. Los detalles pueden haber sido modificados aunque trataré de ser, como siempre, lo más leal posible a los hechos vividos. 

   En el año 2009, adquirí una fusta de equitación, de las que se usan para salto, en la famosa talabartería porteña Cardón. Es una preciosa y elegante herramienta flexible, esbelta, muy similar a la que luce Madonna en la coreografía inicial del Confessions Tour cuando sale a escena caracterizada como una amazona. Una fusta que no estaba destinada por su diseño a ser utilizada como objeto fetish, pero igual terminó en mis manos una tarde de lluvia, después de haberle insistido con éxito a la vendedora a desarmar un aparte de la ecuestre vidriera para complacerme. La singularidad Femdom no siempre tiene las puertas abiertas y a veces es necesario fingir y simular, como en este caso, cuando debí presentarme como una falsa pariente de un jinete o un polista para evitar demasiadas preguntas técnicas.

   Asi fue como, con la mitad del mango de la larga fusta asomando por el costado de mi attaché, llegamos con mi sumiso marido a la Casona de la calle Yatay, por entonces el templo del sado porteño. Esa noche, para la fiesta ya programada, no elegí el habitual negro fetish sino que me jugué por todos los excesos en el leopard print, desde las botas altas hasta la falda y el abrigo. Como era mi costumbre en aquellas fiestas, intenté por todas las formas posibles salir del pacato ambiente ferretero de la técnica bedesemera para encender el aire con femeninas seducciones, jugueteos lésbicos, adoraciones fetichistas y dulce sadismo. Años después de todo aquello, puedo confesar que muchas veces me faltó la imprescindible compañía femenina para coronar mis intentos. A pesar de todo, estoy segura que valió la pena.

   Las tres salas del lugar estaban cargadas de artefactos propios de técnicas sadomasoquistas; nunca me interesaron demasiado salvo una silla negra de alto respaldo claveteada con tachas plateadas que asemejaba un trono. Allí solía sentarme rodeada de sumisos espontáneos a quienes solía convocar a mis sesiones. Me gustaba jugar con ellos, humillarlos con gracia pero sin herirlos, obligarlos a lamer mi fusta y mis botas y si la ocasión lo ameritaba, compartir su sumisión con otras Amas para diversión de todas. Lo mejor de la noche se daba si encontraba a una partenaire sumisa femenina para elevarla al rango de mi princesa y así establecer jerarquías de sumisión reservando para los varones el último y más bajo lugar: el de mudos y arrodillados testigos de mi pagana devoción por los placeres de Safo.

    Las miradas curiosas desde el gran patio de la casona eran inevitables, muchos solían agolparse en la puerta, atraídos por lo que veían pero sin cruzar el umbral. Algunos se atrevían a ingresar para usar los elementos de flagelación que colgaban de las paredes. Nunca faltaba algún desubicado que mediante chistes o burlas pretendía calmar sus nervios ante la exhibición de poder femenino que evidentemente lo incomodaba. Las mujeres lo ignorábamos: sabíamos que era parte del precio a pagar por ser libres y gozar de nuestro sadismo que siempre estuvo por fuera del reglamento.

   Hablar desde afuera es una cosa: invadir la sesión es otra muy diferente. En un momento particular de aquella noche, yo era la única mujer dominante en esa sala. Estaba como siempre mi marido sumiso a un costado y dos sumisos más en actitud de adoración. Un individuo ya conocido por su deseo irrefrenable de conseguir toda la atención posible y un grupo que lo seguía como líder (tres o cuatro personas, no más) comenzaron a mi lado con una ruidosa sesión. Uno de los sumisos que estaba a mis pies, adorándome, tuvo que moverse porque lo estaban molestando con su constante ir y venir por la sala buscando vaya a saber que tipo de  palmeta o flogger que aparentemente no podían encontrar.

   Siempre me gustó relacionar a mi sexualidad  con un revivir de la diosa pagana sado y sensual, una libertina sacerdotisa del Marqués. Ese destino es el que me seduce y me inspira, lejos de la burocrática misión, tan propia del BDSM organizado, de ser la propietaria de un territorio con súbditos bajo mi voluntad; un territorio que forzosamente debe limitar con un feudo vecino que tiene a su vez sus propios habitantes. Pero en ese momento, cuando sentí que mi espacio era invadido y mis adoradores estaban siendo molestados, me puse de pie, me arreglé la melena en forma de hacerla más vaporosa, leónica y salvaje, tomé aire, empuñé mi fusta nueva cual monárquico cetro y marqué en toda su longitud un semicírculo en el aire a mi alrededor, sentenciando en voz alta. Este es Mi Territorio. Lo que yo haga y hagan mis esclavos lo decido yo y nadie puede entrar ni hablar sin mi permiso.  

   Me obedecieron de mala gana, murmuraron un rato y finalmente, se retiraron. Hubo testigos y mi actitud fue criticada durante varios días en una página de Internet dedicada al BDSM en la que yo participaba. El comentario general fue que yo había actuado creyéndome la dueña de la sala. Tenían razón. Fue Mi primer desafío….y no sería el último.



6 comentarios:

  1. Mmm...me acuerdo de esas noches en donde conocí tus ojos..tu pelo..tu piel..ay!!!cuanta noche para revivir semejantes placeres madrina de mi cuento sensual y sado...donde no soy princesa ni tu mi adoración solo un hada madrina que aflora mis encantos..sino mi malefica y yo una simple reina malvada d los cuentos con mas q un final feliz...sino un final orgásmico salido de los cuentos de mi creador...sade...t amo..ya sabes quien soy...;)

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    1. Sí, mi bella Dian, la reina del sado argentino. La mas sadica, la mas sensual, la mas femenina.

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  2. su proceder es siempre el de una reina

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  3. Estoy segura de que sus sumisos la adoraron aun mas desde aquel momento Mistress y alguno de aquellos tontitos seguro que en su interior se fue envidiandoles.

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    1. la envidia, gerita, la envidia es tan humana, desgraciadamente. Los sumisos son muy envidiados.

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  4. Bonito recuerdo.

    Y seguro que se fueron por miedo. De no haberlo hecho habrían terminado subyugados ante tus poderes mágicos...

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