martes, 6 de octubre de 2015

No te desvistas







   La casa de Humberto de la calle Donado era el templo de las mejores orgías que podías encontrar en Buenos Aires, o al menos eso era lo que muchos decían por aquellos años 2007 y 2008. La onda era mayoritariamente swinger heterosexual entre parejas que ya se conocían sumadas a otras que se iban incorporando de a poco traídas por los habitués, quienes las reclutaban en sus correrías por Class o Starnew. La cosa no era para nada Femdom y no salía del estereotipo masculino de te doy mi mujer y vos dame la tuya; se supone que para las mujeres, todos los maridos eran más o menos iguales y los solos estaban estrictamente prohibidos (entiéndase por solos a los muchachos jóvenes que no tienen pareja estable y que suelen atraernos a las mujeres maduras). La brisa de la noche no refrescaba la monotonía de los jadeos de esas hembras culeadoras de noches con códigos tan estrictos y preservativos en la mesita ratona. Aquella planta baja antigua que había sido remodelada con propósito de reventa, apenas si estaba amueblada. Sólo recuerdo una compu que tiraba la música de acuerdo a una lista siempre igual y una luz roja que oficiaba de penumbra cómplice. Colchones en el piso para los que los requerían, una banqueta abandonada bajo una montaña de ropas y una cocina al margen en donde se tomaba algo, antes, después y a veces, durante la acción. 

   El baño era lo mejor, estaba hecho a nuevo y con un enorme espejo, bien iluminado, que nos reflejaba a Verónica y a mí cuando nos escabullíamos con la excusa de orinar o lavarnos pero que nos servía como refugio para maquillarnos y cepillarnos el cabello mutuamente y terminar siempre desaforándonos en besos toquetones y empapados en brillo labial sabor frambuesa. Nuestro auténtico lesbianismo fetish necesitaba refugiarse en un ambiente más íntimo para poder gozarlo, apartadas de aquel festín tan heterosexual. Salíamos abrazadas y riéndonos con un brillo en la mirada que no dejaba dudas de lo que acabábamos de vivir; así era que ellos nos miraban con deseo y ellas con cierta incredulidad y algo de envidia. Como ambas somos tetonas, de piel blanca y llevamos el cabello oscuro; nos divertíamos con el perverso discurso de somos hermanas y nos damos entre nosotras desde que éramos chicas para agregar más de morbo a las miradas ajenas. El argumento era perfecto; yo era la mayor, la azotadora y dominante y ella era mi hermanita sumisa pervertida, que además lo ponía en escena con una impronta inocentona que a todos les resultaba creíble y a mí me excitaba observar, con Sade en las pupilas, a los afortunados victimarios de esa mentira más pajera que piadosa. 

  Mirtha en cambio era una pasiva y paciente esperadora de que le llegue el turno de fornicar con el tipo que a su vez le había cedido la moneda - hembra de intercambio a su marido. El era un viejardo que llevaba una pelada disimulada con tintura rojiza (en el Río de la Plata le llamamos darse la carmela). Yo evitaba participar con esa clase de hombres. Siempre buscaba alguno más joven y bien dotado, pero en esa clase de orgías, la presencia de los bien dotados solía ser directamente proporcional a los celos de sus esposas para con mis botas negras y mis looks fetichistas. Como con Verónica siempre la pasábamos bien en todos lados, trataba de evitar tener problemas con maridos demasiado babosos. Aquella noche, sin mucha expectativa de alguna respuesta erótica, empecé a besuquear a Mirtha y para mi sorpresa, la señora, hasta el momento muy pasiva, se soltó en un ramillete de caricias cual adolescente en su segundo coito. Pero Mirtha seguía vestida y con su calzado puesto. Me encantó enredarme con ella entre su vestido algo formal y sus tacones no muy pretenciosos pero femeninos. No era ni fea ni linda pero se notaba que era una mujer pasada por el filo del sexo y de la vida. Apenas comenzamos a gustarnos y gozar, ella casi instintivamente (luego deduje que lo hacía siempre) se comenzó a bajar los breteles del soutien, con el ademan de desnudarse completamente. De inmediato le susurré Me encantan las mujeres vestidas de mujeres, no te desvistas. Esto no es el ginecólogo. Me sonrió y contenta, sorprendida y muy relajada, se me entregó sin retaceos. Mi orden la había cacheteado en su pasivo machismo, reafirmándole su femineidad hasta en lo más profundo de la entrepierna. 

   En la penumbra de la fiesta sexual que comenzaba, al menos para Mí, a ponerse íntima, el desubicado marido se acercó y le ordenó groseramente con tono altanero de dueño de hacienda Sacate todo, dale, dale que te la quiero poner. Por supuesto que no debe haber disparador más potente para un hombre machista que una Femdom besando a su esposa pero todo tiene un límite; cuando ellas se sueltan, pareciera que todos los masculinos y frágiles cimientos del poder se tambalean. Mirtha lo miró y con una estrella de lesbiana incipiente en su mirada le maulló un Pero ella me quiere así! El dueño no tuvo otra que volverse a la cocina de la casa a fumar un cigarrillo. Entre las piernas de Mirtha, acabé sin prisas y con orgullo. Después de aquella noche, nunca más la volví a ver. 

6 comentarios:

  1. Fantastico relato! Me imagino a Mirtha tocandose todos estos años pensando en una sola cosa...usted Mistress. Besos.

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    1. Muchas veces pienso lo mismo que vos sobre mis "víctimas" de mis noches de cacería.

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  2. Un relato digno de un clip. No seria bueno que haya un estilo visual de "real-sex"? Sin guiones ni nada. Algo de es era "America Undercover". HBO producia esa serie de confesiones en un NY taxi-cab. Muy bueno, querida

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